En El elegido,
Thomas Mann presenta la versión de una historia que trama a un rey y una reina
quienes, ya perdidas las esperanzas de concebir, son regalados con el jubiloso
milagro de darse y dar al reino mellizos, varón uno, mujer la otra. La madre
muere en el parto; la noche que muere el Padre, veinte años después, los
hermanos se hacen amantes. El nacimiento de un hijo hará naufragar la
abominable pareja; el joven padre parte hacia la muerte, el niño es arrojado a
las aguas para que Dios disponga, la madre deviene reina casta.
En la segunda parte, diecisiete años después el fruto del
incesto llega al reino convertido en caballero, salva a la Reina, quien,
ignorando el origen del salvador, abandona su voto de castidad y se casa con
él. En la tercera, el matrimonio conoce la infernal verdad, claramente obra del
Demonio, quien sin embargo no tiene poder sobre un último resquicio bueno del
alma de los protagonistas, de modo que éstos deciden expiar toda la serie de
inmundos pecados en que están enredados. Ella se despoja de todas sus riquezas
y se hace monja para curar durante el resto de su vida a los leprosos, y su
marido marcha a un destierro esperando en cada recodo del camino el justo
castigo de Dios. Éste parece actuar según la previsión y le provee la calamidad
de encerrarlo, esposado y desnudo, en una cueva de la cual no es humanamente
posible salir. La pena gana características de divinidad oscura cuando el
condenado, en lugar de morir y ya, encuentra que de una roca mana una especie
de leche que lo mantiene vivo. ´
En la última parte de la historia el sobreviviente ya se ha
convertido en una especie de animal parecido a un erizo sin patas ni manos ni
cabeza, cuya vida se ha reducido aparentemente a respirar y beber su leche.
Lejos de la cueva, en el Vaticano se produce un cisma que amenaza con acabar
disolviendo para siempre la Santa Iglesia Católica. Entonces dos sujetos sueñan
un mismo sueño en que Dios les da indicaciones precisas para encontrar aquella
penosa criatura, que Él ha elegido como Papa. Asombro tras asombro, los dos
obedientes soñadores llegan hasta la cueva, rescatan al erizo y lo ven regresar
a la forma humana. Tal fue dispuesto, es ungido Papa. Nadie entre todos los
hombres tenía más autoridad que él para religar al Hombre con Dios; en nadie se
sintetizaba mejor la historia de la relación de los hombres con Dios: Dios los
crea en un acto de infinito amor, los hombres lo traicionan pecando, Dios les
da una oportunidad para que se arrepientan y vuelvan a Su regazo.
Para su relato Mann recoge una epopeya medieval de un poeta
alemán, la cual fue recogida por otro autor anónimo francés que compuso a fines
del siglo XII la Vie de Saint-Grégoìre. No fue éste un personaje de fábula,
sino que fue el Papa Gregorio V, tan terrenal como el actual Papa Francisco. Ni
eran tampoco fábulas los matrimonios entre primos y hermanos, sino que
respondían a razones políticas y económicas tan materiales como el cuerpo.
¿Qué queda, entonces, para la imaginación? Que Gregorius se
había convertido en una especie de erizo, los sucesivos sentimientos de culpa y
no mucho más.
En el diario Borges, Adolfo Bioy Casares cuenta que
Borges comenta una Biblia: “Estoy seguro de que todo es verdad. No digo los
milagros, claro está… Pero ¿quién iba a inventar todo eso? No un discípulo
ignorante. ¿Qué novelista sería capaz de mejorar la conversación de Cristo y
Pilatos, del judio y del romano? Cada uno está en su mundo —habla en cross-purposes—,
y no se recurre a idioteces de vestuario o a las trabajosas invenciones de
Walter Scott o de Flaubert. La diferencia está dada desde adentro. ¿Y qué mejor
que el sueño de la mujer de Pilatos, la lavada de manos, el buen ladrón, el ‘Dios
mío, Dios mío me has abandonado’?”.
En los últimos años, urdiendo el polvo que levantó el
Realismo Mágico, el relato del Nuevo Periodismo, la marea alta de la Novela
Histórica, la Historia Ficcionada y otras variantes en que se relacionan
realidad y ficción, autores como Tomás Eloy Martínez, Ricardo Piglia han
tratado el tema en numerosas conferencias. Han explorado las estrategias para
decir la verdad mintiendo y para mentir con datos consagrados por las fuentes
de certificación de la verdad. Piglia nos ha acostumbrado a sentencias que nos
desconciertan fecundamente, como la popular: “Narrar, decía mi padre, es como
jugar al póker: todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está
diciendo la verdad”.
Ese “parecer mentiroso” se diría que es la literatura misma,
en tanto contrapuesta al registro objetivo, ya sea histórico, judicial, etc.
Claro que en la consideración de los críticos estos relatos tampoco escapan a
la ficción, desde que no hay manera de elaborarlos sin que la subjetividad
entre a tallar. Y ese trabajo de la subjetividad no es otra cosa que la creatividad,
o sea, lo que el sujeto agrega al mundo. No se trata, entonces, de decidir
cuáles relatos son ficticios y cuáles no, sino de percibir la ficcionalización,
la forma que un autor le da a la verdad.
Por este derrotero vamos a parar a las formulaciones que
Paul Ricoeur hizo de la metáfora, destituyéndola en su concepción clásica de una cosa en lugar de otra, para
presentarla como una torsión de significado, fruto de un movimiento que agrega
información al significado original.
Así las cosas, Borges no necesitaría dejar de lado los
milagros de Jesús para creer que los evangelios eran verídicos. Es más,
justamente en el más disparatados de los milagros podría hallar el más
elaborado acercamiento a la verdad.
Volviendo ahora a El
elegido, nos preguntamos por la verdad que revelan aquellos mitos en que un
final inefable requiere de una trama urdida por casualidades extraordinarias,
al borde de lo imposible. El símbolo se construye por la tensión de lo
necesario con lo aleatorio.
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