lunes, 11 de agosto de 2014

La verdad de la trama fabulosa


En El elegido, Thomas Mann presenta la versión de una historia que trama a un rey y una reina quienes, ya perdidas las esperanzas de concebir, son regalados con el jubiloso milagro de darse y dar al reino mellizos, varón uno, mujer la otra. La madre muere en el parto; la noche que muere el Padre, veinte años después, los hermanos se hacen amantes. El nacimiento de un hijo hará naufragar la abominable pareja; el joven padre parte hacia la muerte, el niño es arrojado a las aguas para que Dios disponga, la madre deviene reina casta.
En la segunda parte, diecisiete años después el fruto del incesto llega al reino convertido en caballero, salva a la Reina, quien, ignorando el origen del salvador, abandona su voto de castidad y se casa con él. En la tercera, el matrimonio conoce la infernal verdad, claramente obra del Demonio, quien sin embargo no tiene poder sobre un último resquicio bueno del alma de los protagonistas, de modo que éstos deciden expiar toda la serie de inmundos pecados en que están enredados. Ella se despoja de todas sus riquezas y se hace monja para curar durante el resto de su vida a los leprosos, y su marido marcha a un destierro esperando en cada recodo del camino el justo castigo de Dios. Éste parece actuar según la previsión y le provee la calamidad de encerrarlo, esposado y desnudo, en una cueva de la cual no es humanamente posible salir. La pena gana características de divinidad oscura cuando el condenado, en lugar de morir y ya, encuentra que de una roca mana una especie de leche que lo mantiene vivo. ´
En la última parte de la historia el sobreviviente ya se ha convertido en una especie de animal parecido a un erizo sin patas ni manos ni cabeza, cuya vida se ha reducido aparentemente a respirar y beber su leche. Lejos de la cueva, en el Vaticano se produce un cisma que amenaza con acabar disolviendo para siempre la Santa Iglesia Católica. Entonces dos sujetos sueñan un mismo sueño en que Dios les da indicaciones precisas para encontrar aquella penosa criatura, que Él ha elegido como Papa. Asombro tras asombro, los dos obedientes soñadores llegan hasta la cueva, rescatan al erizo y lo ven regresar a la forma humana. Tal fue dispuesto, es ungido Papa. Nadie entre todos los hombres tenía más autoridad que él para religar al Hombre con Dios; en nadie se sintetizaba mejor la historia de la relación de los hombres con Dios: Dios los crea en un acto de infinito amor, los hombres lo traicionan pecando, Dios les da una oportunidad para que se arrepientan y vuelvan a Su regazo.

Para su relato Mann recoge una epopeya medieval de un poeta alemán, la cual fue recogida por otro autor anónimo francés que compuso a fines del siglo XII la Vie de Saint-Grégoìre. No fue éste un personaje de fábula, sino que fue el Papa Gregorio V, tan terrenal como el actual Papa Francisco. Ni eran tampoco fábulas los matrimonios entre primos y hermanos, sino que respondían a razones políticas y económicas tan materiales como el cuerpo.
¿Qué queda, entonces, para la imaginación? Que Gregorius se había convertido en una especie de erizo, los sucesivos sentimientos de culpa y no mucho más.

En el diario Borges, Adolfo Bioy Casares cuenta que Borges comenta una Biblia: “Estoy seguro de que todo es verdad. No digo los milagros, claro está… Pero ¿quién iba a inventar todo eso? No un discípulo ignorante. ¿Qué novelista sería capaz de mejorar la conversación de Cristo y Pilatos, del judio y del romano? Cada uno está en su mundo —habla en cross-purposes—, y no se recurre a idioteces de vestuario o a las trabajosas invenciones de Walter Scott o de Flaubert. La diferencia está dada desde adentro. ¿Y qué mejor que el sueño de la mujer de Pilatos, la lavada de manos, el buen ladrón, el ‘Dios mío, Dios mío me has abandonado’?”.

En los últimos años, urdiendo el polvo que levantó el Realismo Mágico, el relato del Nuevo Periodismo, la marea alta de la Novela Histórica, la Historia Ficcionada y otras variantes en que se relacionan realidad y ficción, autores como Tomás Eloy Martínez, Ricardo Piglia han tratado el tema en numerosas conferencias. Han explorado las estrategias para decir la verdad mintiendo y para mentir con datos consagrados por las fuentes de certificación de la verdad. Piglia nos ha acostumbrado a sentencias que nos desconciertan fecundamente, como la popular: “Narrar, decía mi padre, es como jugar al póker: todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad”.
Ese “parecer mentiroso” se diría que es la literatura misma, en tanto contrapuesta al registro objetivo, ya sea histórico, judicial, etc. Claro que en la consideración de los críticos estos relatos tampoco escapan a la ficción, desde que no hay manera de elaborarlos sin que la subjetividad entre a tallar. Y ese trabajo de la subjetividad no es otra cosa que la creatividad, o sea, lo que el sujeto agrega al mundo. No se trata, entonces, de decidir cuáles relatos son ficticios y cuáles no, sino de percibir la ficcionalización, la forma que un autor le da a la verdad.
Por este derrotero vamos a parar a las formulaciones que Paul Ricoeur hizo de la metáfora, destituyéndola en su concepción clásica de una cosa en lugar de otra, para presentarla como una torsión de significado, fruto de un movimiento que agrega información al significado original.
Así las cosas, Borges no necesitaría dejar de lado los milagros de Jesús para creer que los evangelios eran verídicos. Es más, justamente en el más disparatados de los milagros podría hallar el más elaborado acercamiento a la verdad.

Volviendo ahora a El elegido, nos preguntamos por la verdad que revelan aquellos mitos en que un final inefable requiere de una trama urdida por casualidades extraordinarias, al borde de lo imposible. El símbolo se construye por la tensión de lo necesario con lo aleatorio.

Y también me pregunto cómo reaccionaríamos si en los diarios y la televisión apareciera un caso que automáticamente reconozcamos que es de la misma naturaleza que el de Edipo, Moisés, Jesús o Gregorio.




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