sábado, 9 de agosto de 2014

Ni siquiera juzgar - En la Biblioteca Retiro


Bárbara me contó que Alicia, cuando ambas empezaron a trabajar en un parador nocturno, tenía momentos de ira que apenas podía controlar cuando los empleados despotricaban contra los hombres que concurrían a dormir, darse un baño y cenar. “No puedo entender que sean tan energúmenos, miserables y fascistas —le decía Alicia a Bárbara en aquellos primeros tiempos—. Se refieren a los tipos que caen acá como si fueran una lacra, dicen que son todos borrachos, drogadictos, criminales, que no tienen salida, que están donde están porque quieren, que son culpables de la vida que tienen. No lo puedo creer. ¿Cómo pueden hablar así? Son unos hijos de puta. Los mataría, te juro”. El asunto es que dos años después el punto de vista de Alicia había cambiado notablemente. “Me confesó —esto me lo dijo Bárbara— que cuando empezamos ella, recién salida de una carrera humanística, era un alma bella. Creía que una persona que estaba en una situación muy mala o era víctima de algo, especialmente de causa social, era de por sí buena. Ahora entendía que esa persona no tenía por qué ser buena, y que ni siquiera era real esa dicotomía entre gente buena y gente mala. No era real y era berreta. «Muchos de los tipos que vienen acá efectivamente son faloperos, chorros, alcohólicos», me dijo. «El tema es que uno no debe estar movilizado porque sean buenos, puros, angelicales sino porque uno tiene una ética que le manda hacer algo para torcer el rumbo de mierda de injusticia social que tiene nuestra sociedad»”.


No llevamos libros ni porque somos almas bellas ni porque los tipos que no tienen dónde caerse muertos sean angelitos por eso. Lo hacemos porque creemos que es lo correcto.



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