Anoche, en el Parador Nocturno Retiro. Andaba mi amigo
Boquita renqueando por todo el parador. Una de las patas del pantalón
arremangada, el pie herido medio metido en una zapatilla.
—
¿Qué te pasó, Boquita?
—
Hoy, trabajando… —viene largo relato de un
accidente de trabajo y larga explicación de cómo mañana irá a arreglar con el
patrón.
—
No caminés más, menos sin muleta. ¿Querés que
pidamos una muleta?
—
No, dejá. Ahora viene el enfermero.
—
Pero hasta que venga, dejá de caminar.
Vuelve a contarme el accidente. Al final agrega:
—
Y ayer cuando llegué a mi cama[1] había
uno. “¿Qué hacés acá?”, le dije, “¡vía!” y era un rengo. Y mirá lo que me pasó
hoy. ¡Rengo mufa, la puta que lo parió!
Conozco a Boquita desde hace años. Estaba en uno de los
talleres de Redacción de Cuentos para personas de la calle que yo coordinaba.
Boquita escribía anécdotas muy cortas, que hacían aullar de risa a sus
compañeros.
[1] El
Parador aloja sólo por una noche; nadie debería tener una cama “suya”, pero
muchos vienen desde hace meses o años y ya se han adueñado.
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