viernes, 17 de marzo de 2023

Nunca vi un pollo de mar

Hoy fui a comprar pescado. Quería comprar algún pescado que no se deshiciera al cocinarlo.

En la pescadería estaban la chica, o señora, o chica, entretenida con su celular, con el pelo rubio planchadísimo y las uñas de diferentes colores en cada una, y el que atendía.

No me gustan esos clientes que se ponen a charlar y no les importa que los demás clientes tengan que esperar reventando hasta que ellos agoten sus ganas o su necesidad de hacer sociales, pero como no había nadie más que yo, y a mí me gusta hacerme amigo, y estaba de buen humor, aunque no conocía al que despachaba, le di charla.

Me recomendó:

— Llevate unas rodajas de atún, o pollo de mar.

Le dije que sabía cómo era el atún, y la merluza, pero que nunca había visto un pez pollo de mar.

Le señalé los que estaban enteros, unas brótolas, unos lenguados:

— Ves, con esos no hay problemas, pero me gustaría conocer a un pescado que voy a comer. Nunca vi un pollo de mar. Jamás pesqué un pollo de mar. Con el nombre, me imagino que se parece a un pollo, pero no sé cómo un pescado se puede parecer a un pollo.

El tipo miraba para abajo, le pasaba el trapo rejilla al borde del mostrador de aluminio, para acá y para allá, como esperando a que yo terminara de hablar.

— ¿Vos alguna vez viste un pollo de mar?

— No.

— ¿Ves? Yo no sé si alguien alguna vez habrá visto un pollo de mar.

La rubia seguía con el celular.

— ¿Y no te da curiosidad saber qué forma tiene? —la seguí con el hombre, que ya directamente no me contestó.

Busqué en mi celular la imagen de un pollo de mar y se la mostré.

— Sé —murmuró el tipo (quise decir “sí”, no que sabía), y no miró el celular.

Ninguna curiosidad por saber qué recomendaba, qué era lo que tenía delante de sí cada día, lo que había agarrado con las manos, pesado y cobrados miles de veces.

¿Dónde habrá perdido la curiosidad?

 


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