Tienen razón los jóvenes que no me aguantan la furia
fanática contra la marcha que lleva la sociedad.
“Estás todo el día con la política”, me dicen porque puteo
porque la pobreza subió 24,3%, caen como loco las ventas en los supermercados,
la fuga de capitales es gigantesca, los comedores escolares no dan abasto o
todos los días cierran más pequeñas empresas. Para ellos la política no tiene
nada que ver con sus vidas.
No soportan mi malhumor, la pesadez y la oscuridad permanente
de mi ánimo.
Los entiendo.
Es porque soy un viejo rezongón (a cierta edad, algunos
perdedores descargan despotricando contra todo y quejándose, la frustración de
no haber conseguido lo que anhelaron).
Es porque me preocupo porque veo venir un desastre social que
someterá a los chicos a una vida horriblemente indigna.
Es porque las sustancias químicas de mi fisiología neurológica
me ponen irritable.
Es porque veo que los jóvenes se abandonan a la apatía y sé
que entonces otros decidirán por ellos, en contra de ellos.
Es porque pertenezco a una generación formateada con la
mística revolucionaria.
Me dejan hablando solo, se rajan.
Tienen razón.
Pero si viendo venir la que se viene, me quedara callado y
sonriente, agradable y simpático, para que no me abandonen, creo que sería, rotundamente,
una mala persona.
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“El fanatismo es la única fuerza que Dios le dejó al corazón
para ganar sus batallas. Es la gran fuerza de los pueblos: la única que no
poseen sus enemigos, porque ellos han suprimido del mundo todo lo que suene a
corazón.”
Eva
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