El Candy Bar, en ochava de Durazno y Santiago de Chile, barrio
de Palermo.
Seis montevideanos en la vereda, fumando y charlando desde
vaya a saber cuándo. Uno es joven, otra es una señora; los demás, hombres de más
de medio siglo.
Hay un cartel de ANTEL (compañía telefónica estatal)
oxidado. Un día se va a caer.
En el interior ya no está el teléfono que anunció. Salvo
tres máquinas tragamonedas (dos en desuso), todo es anterior al fantasma del
teléfono. Incluso el perro, petiso, despatarrado sobre las baldosas que le
refrescan las verijas.
En un televisor, el noticiero. Al lado mío dos octogenarios
analizan y discuten un documento legal. Cada tanto llega alguien y participa.
Seguirán con el tema una vez que yo me haya ido.
Hay una foto de Gardel, otra de Zitarrosa, dos de Nacional
Campeón, de un automóvil de los años 60 corriendo una carrera. Hay un cuadro
artístico de rosas, otro de un negro que baila y otro de un castillo, que
semioculta el mapa del Uruguay.
Objetos antiguos, y entre ellos, antigüedades. No se sabe
cuál es cuál. Un poco se distingue por la intención. Una lámpara de querosén,
una máquina de café, un turboventilador gigante que funciona, una radio que no,
un trofeo de fútbol tapado de polvo, igual que las botellas en las estanterías,
en un rincón un mazo de cartas dentro de un tarro de plástico amarillo que una
vez fue de Crema de Ordeñe.
Me siento en una de las cinco mesas. Alfredo, el dueño, no
viene a servirme. Los que quieren algo, se lo van a pedir al mostrador. En un
rato bastante largo, se han pedido dos cervezas y una soda.
Un amigo que vive aquí me ha contado, no sin un dejo de
angustia, del carpintero que le está haciendo una obra: “carpintero uruguayo:
en tres horas, piensa dos y trabaja una”.
Pero no hay embotellamientos en Montevideo. Los chicos juegan en
las veredas. Los jóvenes recuerdan en una pared el triunfo de la selección de
fútbol contra Inglaterra, en algún campeonato mundial. Se hacen cargo de la
tradición de darles a los acontecimientos una dimensión histórica, e inmediatamente
melancolizarlos. Las vecinas charlan de balcón a balcón temas de la política.
La gente anda en alpargatas o en ojotas, calzados para quien no se deja
atropellar por el apuro. Se tarda mucho para ir de un lado a otro. Se camina
con tiempo para cavilar. Gran logro, esto que han conseguido los uruguayos.
Hola! Me gustó encontrarme con esta foto típica del barrio!Te voy a mandar
ResponderEliminarFotos del nuevo Candy Bar!
Quedo genial