martes, 19 de agosto de 2014

Del mundo de los aviones


Resulta que estoy con alguien, y de repente se me ocurre qué, pero qué-qué bueno sería ir a la punta del Aeropuerto ahora, ya, ahora, a ver cómo suben y bajan los aviones... ¿te das cuenta de que es el día perfecto, y de que nosotros somos las personas perfectas para ir a hacer eso?
Acto seguido le digo ¡vamos! Me paro, me visto, busco algo que tomaremos mientras estemos allá, agarro los anteojos y una lona para tirarnos sobre el pasto, y cuando miro a la persona que está conmigo, veo que sigue tirada en la cama y no amaga a levantarse
¿Qué te pasa? ¿No íbamos a ir?
Me quedo desconcertado. No entiendo. Si la idea era tan perfecta y estamos juntos en la vida, ¿qué le pasa que no está saltando como yo, como un conejo feliz?
Me amargo, luego me ofusco, luego me apago.
Al fin entiendo que claro, nunca me dijo: dale, vamos. Nunca se entusiasmó. Fue una cosa mía, sólo mía, jamás salió de mí. Ella nunca dijo que quería ir también.
Pienso que otro avión despega y se va, se aleja y al fin desaparece.







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